SIERRA DE GUADARRAMA, HISTORIA Y LEYENDA: RUINAS DEL CONVENTO CASARÁS, DEL TEMPLARIO MALDITO AL PABELLÓN REAL.

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Noviembre de 1979 (sí, la Prehistoria). En algún lugar del lado segoviano de la sierra de Guadarrama. Anochece.

-¿Pero tú sabes por dónde estamos, Cabra? -pregunta de nuevo una de las sombras-. Está más preocupado de lo que quiere dejar ver. Los otros hacemos comentarios chistosos.

-Qué va a saber. Hace tres horas que no sabe ni dónde tiene el culo.

-Estamos aquí. O puede que allí. O a lo mejor allá…

Somos cinco chicos. Entre catorce y quince años; casi unos críos. Aunque antes no éramos tan críos como ahora. Seguimos subiendo por la pista. Al menos el camino es mejor que el que traíamos horas antes, en medio de ninguna parte; con pinos y más pinos como única referencia.

-Que sí, joder, que ya casi estamos. Tiene que estar muy cerca.

El Cabra, Juan de nombre oficial, es el guía del grupo. Su camisa y pañuelo scouts confirman que ha pasado más tiempo en el campo que todos los demás juntos. Sus botas de cuero (cletas, las llamábamos en esa lejana y oscura época) son las únicas entre las zapatillas de deporte (malas) que llevamos el resto. Yo calzo unas Paredes; soy afortunado.

Seguimos bromeando mientras ascendemos por el camino. Ya es definitivamente de noche. Saco una linterna de petaca. Carlos Herrero saca otra pequeña. Nadie ha oído hablar de linternas frontales, leds ni nada similar. Vivimos en eras oscuras. Lo que adivinamos es más de lo mismo: muros de pinos; y un camino que sube, si el Cabra no se ha vuelto a confundir, hasta el puerto de la Fuenfría.

Mojones de granito del siglo XVIII en Pto Fuenfría. Foto: mayayo

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-Yo estoy matao -anuncia uno de los dos José Marías que completan el grupo-. ¿Por qué no pasamos la noche aquí y mañana ya vemos qué hacemos?

Revuelo, nuevos comentarios, a favor y en contra. Llevamos horas de marcha penosa. Hemos llegado a las tres a la estación de Gudillos. Hemos seguido diferentes caminos y trochas dirigidos por nuestro montañero líder. Hemos girado, regirado, vuelto a bajar, vuelto a subir. Estamos todos cansados y las bromas y las risas se han ido espaciando. Los macutos son pesados e incómodos. El calzado inadecuado. Queremos cenar algo y descansar.

Mientras discutimos si acampar o proseguir hasta el puerto, la mortecina luz de mi linterna ilumina apenas una especie de paredón y unas rejas. Estamos alejados, pero la diferencia geométrica entre lo natural y lo artificial es innegable.

-Hay una casa -anuncio.

Nos acercamos un poco. Lo justo para ver que fue una casa. Son ruinas. El Cabra abre los ojos.

-¡Ya sé qué es eso, ya he estado antes aquí! ¡Son las ruinas del convento de Casarás!

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Ruinas de Casarás. Imagen de ‘Diario de un Templario


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Ésa fue la primera vez que tuve noticia de esas ruinas. Con catorce años, en tiempos muy primitivos en los que daba mis primeros pasos en Guadarrama. De acampada, se decía. A esa edad los chicos cogíamos trenes y autobuses, cocinábamos en hogueras, dormíamos en tiendas y refugios o a la intemperie como esa noche. No existía la más mínima tecnología, ni siquiera teníamos un mapa. Nuestro material era extraordinariamente básico: un saco malo, un macuto pequeño, unas playeras, un jersey de lana y un chubasquero canguro. Disfrutábamos de una manera muy simple.


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-Y entonces el templario atravesó con su espada al fantasma, como le había dicho el hechichero -relata el Cabra con pocas aptitudes para la oratoria y el suspense-. Pero era en realidad la mujer y al ver que la había matado de verdad, se suicidó y aún vaga por las ruinas matando al que se encuentre por las noches.

Ni siquiera la luz culebreante de la hoguera logra que las palabras ominosas de nuestro amigo nos afecten lo más mínimo. Estamos rendidos de cansancio, tenemos frío, hemos comido una lata de legumbres calentadas sobre las ascuas; hay un par de cigarrillos sacando lucecillas contra el negro infinito de los pinos. Queremos dormir y descansar.

Lo que nos ha contado entrecortadamente y con varias lagunas argumentales es la leyenda del convento de Casarás que circulaba en aquella época y que resumo aquí de forma, confío, más inteligible que la que recibí del Cabra.


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Nos encontramos a comienzos del siglo XIV, en plena crisis de la Orden del Temple, que ve cómo su inmenso poder y riquezas están siendo amenazados por nuevas fuerzas y alianzas. Uno de sus senescales, Hugo de Marignac, había ocultado parte de las riquezas del Temple en un lugar secreto ayudado por los caballeros de la Orden de Castilla (durante mucho tiempo se ha mantenido que la iglesia de la Veracruz de Segovia pertenecía al Temple). Ese lugar secreto no era otro que el convento templario de Casarás en los montes de Valsaín.

Tesorero de la corona de Castilla, hombre de confianza de la reina y guardián secreto de un tesoro fabuloso, el buen Hugo vino a enamorarse de una dama de la corte, Blanca de Torrenuño, una condesita que no le correspondía en sus avances.

A pesar de su fortuna y poder nada conseguía. Desesperado, recurrió a los poderes maléficos de un hechicero eremita que habitaba por el pie de monte segoviano (sin duda aquí la leyenda entronca con la de la Cueva del Monje). El trato no dejaba mucho a la imaginación:

El amor de la condesa a cambio del tesoro del Temple.

Y Hugo aceptó.

En una noche fría como la que pasamos nosotros cinco el nigromante convocó las fuerzas oscuras necesarias para recrear una especie de espectro con forma femenina sobre el fuego y el caldero. Una vez formada la figura vaporosa instó al caballero a ensartarla con su acero y así herirla de amor. Tal cual procedió el de Marignac.

El monje reclamó el tesoro. El caballero dijo ‘no’. Se lió.

-Por incumplir tu palabra, el mismo tajo que has dado a la evocación de tu amada la ha traspasado en persona. Ya estará muerta…

Horrorizado, furioso y culpable, Hugo utilizó la misma espada para rebanarle el pescuezo al hechicero (con las consecuencias que tuviera para leyendas posteriores en su cueva). Y se apresuró a lomos de su mejor corcel para llegarse al palacio de Valsaín donde, cómo no, la condesita yacía exangüe en su lecho.

Mal rollo generalizado; el templario que vuelve al convento, rumia su pesar y decide poner fin a su vida. Esto, como todo el mundo sabe, desemboca en un fantasma que vaga sin encontrar descanso entre las piedras del edificio. Hasta ahora.


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Y esa historia, con ciertas variantes, era la que acompañaba las tristes ruinas de esa construcción que descansa en la Calzada Romana entre Valsaín y el cercano ya puerto de la Fuenfría.

Y un resumen de ella contaba yo a quien me acompañara, andando o en bicicleta por esos predios, convencido de que aquello fue un convento en la Baja Edad Media.

Pero todo este largo prefacio no ha servido más que para desechar esta historia, esta leyenda y esta creencia. Ni fue convento, ni fue construido en la Edad Media, ni la Orden del Temple tenía el menor interés en enterrar tesoros bajo los pinos segovianos.

Tenemos que recordar que lo que ahora no nos cuesta el menor esfuerzo (cruzar de Madrid a Segovia) era un viaje complicado, peligroso y de varios días. En el puerto de la Fuenfría funcionaba una casa de postas a modo de venta que utilizaban viajeros y trabajadores para descansar, reponer fuerzas y cambiar de caballerizas para continuar la fatigosa jornada. Nada habría cambiado si no fuera porque en Valsaín la realeza gustaba de alojarse en el palacio de El Bosque para cazar el venado, el gamo, el jabalí y el oso. Vamos, como ahora. Pero mezclarse con palurdos, gañanes y ganapanes en la Venta de la Fuenfrida no era tan del gusto de la época. Y tras un feo incidente en el que la frágil esposa de Felipe IIIsabel de Valois encinta de seis meses, sufrió una travesía por el puerto que ríete tú del Gran Trail de Peñalara, en 1556 aceptó el proyecto de su secretario, Francisco de Eraso (Eraso, interesante…) para erigir un pequeño pabellón donde alojar a la gente de calidad en sus trayectos montanos, lejos de la chusma y con comodidades acordes a su linaje.

De modo que encargó a su maestro constructor, Gaspar de la Vega, el diseño de esta obra. Y no hubieron de escatimar en ella, adornándola al gusto de Flandes que tan de moda estaba en aquella época. Tenemos un testimonio escrito (algún tiempo después, por un arquitecto del siglo XVII), y un pequeño cuadrito que se conserva en el palacio de El Escorial, atribuido al italiano Giuseppe Leonardo.

«Es esta cassa de piedra y cubierta de plomo, y tiene de madera la mejor armadura que se alla en la mayor parte de España. Cuando los Reyes passan al bosque de Balsain comen en esta cassa y está labrada con esta comodidad. Asiste un casero de ordinario que tiene quenta della y de encerrar la niebe en los pocos que hay para lo que fuere menester.Y la mayor parte del ynbíerno suele estar tapiada por la gran niebe que suele caer en su termino. Biene de Segouia las fiestas y domingos un capellán a decir Missa a los moradores en una hermita junto a la cassa, y a pocos passos mas abajo camino de Segouia está una benta que tomó el nombre de la Fuenfría por unafuente que tiene su vertiente a la parte de Segouia».

Juan Gómez de Mora, 1626.

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Casa Eraso, atribuido a Giuseppe Leonardo (1639). Patrimonio Nacional – Monast. de El Escorial

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Casa Eraso dio servicio a la corona durante dos siglos. Luego el palacio de El Bosque se quemó, nuevos reyes se hicieron construir otros palacios, como el de La Granja de San Ildefonso, y Casa Eraso fue poco a poco cayendo en el olvido… Casarás

No sé cómo terminó en ruinas. No sé por qué en el imaginario de la Sierra de Guadarrama se olvidó este pasado real (en ambos sentidos del término) y se optó por la leyenda templaria tan truculenta y mucho más antigua. No sé qué la transformó de venta en convento. No sé qué relación puede tener la Cueva del Monje con toda esta historia de reyes y criados.

He leído en algún sitio que a principios de los setenta del siglo pasado, poco antes de nuestra pernocta, hubo un intento serio de buscar el tesoro perdido de los templarios bajo sus cimientos. Incluso TVE debió de participar. No encontraron nada.

Pero quizás, tan sólo quizás, en noviembre de 1979 cinco chicos madrileños encontraran algo o a alguien entre las ruinas…

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Info editada por Mayayo para  www.moxigeno.com